Tamara Tenenbaum: “La derecha tiene una ventaja sobre los progresistas: no pretenden ser buena gente”
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Virginia Woolf reivindicó en Una habitación propia espacio y dinero para que las mujeres pudieran crear en un mundo en el que su hora no había llegado. Escribió en un mundo ajeno mirando al futuro como lo hace a partir de ella la narradora y ensayista Tamara Tenenbaum (Buenos Aires, 1989) en Un millón de cuartos propios , premio Paidós de Ensayo.
La autora de El fin del amor. Amar y follar en el siglo XXI (2019) recoge el hilo de Woolf y su libertad para pensar. Y piensa nuestra época y el futuro, desde el feminismo al trabajo, pasando por la mercantilización de la vida que hace que incluso el ocio “pierda su función y se trate de acumular cosas o experiencias” y por las emociones de resentimiento y nostalgia que están cambiando un mundo que ya no es el de hace un lustro.
“Cuando escribí El fin del amor , la sensación era que el sujeto político que todo el mundo estaba tratando de descifrar era la mujer joven. Y yo era eso. Hoy, el sujeto político que todo mundo quiere descifrar es el varón joven, enfurecido con los avances del progresismo, que odia al Estado y siente que la vida en sociedad no le ayuda nada”, admite. “La pandemia fue un gran acelerador de tendencias. Sirvió a la derecha antiestatal para aglutinarse en torno de la causa común que era el Estado opresor y se articuló también con resentimiento por la precariedad económica, la vivienda, por la sensación de que ya no se puede dar nada por sentado, ni tu ingreso, ni tu seguro médico, ni las escuelas, ni nada, porque ya todo lo que tienes cualquier día puede no estar más. La gente está muy angustiada y busca culpables, y cuando se pone a buscarlos, en general, elige culpar a los inmigrantes y a los homosexuales, en vez de culpar a otra gente”, ironiza.
“Necesitamos poder divertirnos más barato, que divertirse no sea conseguir infinitas cosas y cada vez más caras”Critica aun así cómo antes de la actual ola reaccionaria las ideas progresistas “que son buenas, se mezclaron con ciertas formas de expresión de época que no son tan buenas”. El debate progresista anterior a esta ola se mezcló, dice, con “un emotivismo absoluto, con la idea de que, si yo siento las cosas así, así son. Un autoritarismo total, porque los sentimientos son algo sobre lo que no se puede discutir, clausuran la conversación, y se mezclaron también con cierta idea autoritaria de tengo razón porque tengo razón. Eso tiene más que ver con las formas de expresión de Instagram que con el progresismo“.
Aunque, reflexiona, ”quizá el progresismo tenga dentro de sí mismo una especie de goce en la superioridad moral que lo haga particularmente vulnerable a ese tipo de discurso. La derecha, los conservadores, tienen una ventaja: no pretenden ser buena gente. Yo que soy una mujer joven, progresista, puedo estar más cómoda conversando entre conservadoras porque no me piden tanto. No están buscando el momento en que me voy a equivocar. Es real. Yo todo el tiempo tengo miedo de estar siendo poco progresista”, sonríe.
“Hemos pasado de un fetichismo de la víctima a uno del conquistador”Pero si hace pocos años, remarca, “había un fetichismo con la épica de la víctima, hoy vivimos su inversión paródica con la idea del conquistador, el superhombre nietzscheano, invulnerable, musculoso, viril”. Y advierte que en este momento la izquierda “necesita hallar un lenguaje para hablar del futuro, porque quienes están haciendo narrativas optimistas y de futuro son personas como Elon Musk, que quiere colonizar Marte, no importa si nos incluye a mí o a usted”.
Para otro futuro, espera que el gran cambio sea en el trabajo y el consumo. “Necesitamos poder divertirnos más barato, que divertirse no sea conseguir infinitas cosas y cada vez más caras. Y trabajar en mejores condiciones, que el tiempo que pasamos trabajando no sea de tortura. Parte de lo que pasa con el consumo y el turismo es que la gente lo pasa muy mal en el trabajo y piensa que su horizonte son las semanas de vacaciones o una cena carísima porque te lo mereces, porque lo pasaste muy mal. Es un horizonte muy pobre. Estamos viviendo en un mundo muy mal calibrado en ese sentido. Tenemos que pasarlo mejor en el trabajo y necesitar menos dinero para vivir fuera de él”.
Y cree que en un mundo en el que se prometen utopías posthumanas, es posible rescatar algunos aspectos del viejo humanismo. “No tengo ningún fetiche con la especie humana y su ADN. Me importa muy poco. Pero sí creo que hay algo interesante en el humanismo que tiene que ver con la idea de hacer cosas todos juntos y de pensar en las cosas que efectivamente hacemos nosotros los humanos que otras especies por ahora no hacen. Como libros y música y edificios. Hay algo bello en todo eso que hemos hecho como civilización. Y me gustaría conservar las cosas más bellas de nuestra civilización y no convertirnos en robots en el sentido despectivo, en un sentido que además incluso nos vuelve casi bacterias. Si la gente ya no le puede prestar atención a nada, entonces no puede ni leer un libro ni escribirlo, ni hacer el plano de un edificio, ni cocinar una paella sin mirar el teléfono cada cinco segundos, ahí estamos involucionando. A mí nadie me va a vender que eso es una evolución. Tenemos que cuidar lo que hemos ya evolucionado”.
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